XIV
En la noche fría, el ganso salvaje guía la bandada; su graznido me llega como una invitación.
Acaso el orgulloso no oiga nada,
pero yo, que escucho atentamente,
descubro su propósito y su sitio allá arriba,
en el cielo del invierno.
El alce ligero del norte,
el gato que dormita en el umbral,
el vencejo,
el topo,
las crías de la cerda que tiran de las ubres,
y los pollos de la galli-pava bajo las alas entreabiertas,
se mueven bajo la misma ley que yo.
La presión de mis pies sobre la tierra
levanta miles y miles de emociones
que desprecian este esfuerzo mío por definirlas.
Amo el campo abierto y fecundo,
a los hombres que cuidan el ganado,
a los que respiran el aire del mar y de los bosques,
a los constructores y a los tripulantes de navíos,
a los que blanden el hacha y la mandarria
y a los domadores de caballos…….
Viviría, comería y dormiría con ellos semanas y semanas.
Lo corriente y lo tosco,
lo cercano y lo fácil soy yo mismo.
Voy hacia mi suerte,
me ofrezco entero sabiendo que gano siempre en la partida
y me adorno para entregarme al primero que me llame.
No le digo al cielo que descienda hasta mí.
Soy yo el que me doy, libre y sin cesar.
COMENTARIO
La noche, la contemplación de la inmensidad del cosmos y el periodo donde las reflexiones ontológicas afloran y profundizan en la mente y en el corazón; en su penumbra se puede conversar con uno mismo, y, a la vez, sentir el desconcierto de la vida. Un adjetivo la acompaña: fría. Esta noche es el desamparo total, las cosas próximas no ofrecen calor, su energía es mínima, está solo. Puede ser el desamparo como también puede ser la indiferencia del mundo. Los objetos te rodean y su presencia no es significativa, hay que atribuirle una. Esa es la misión del hombre de poemas, del alma de poeta, descubrir los mensajes encriptados del universo.
Una bandada recorre el espectro celestial, animales salvajes avanzando por el motor de su instinto o su naturaleza. Resulta irónica la referencia: salvajes, indomados, pero responden a una ruta definida. Tal vez, aquella invitación es la de guía. El graznido es la misión del poeta para captar la atención de quienes viven y sienten la frialdad. Para el hombre, son las alas la clave: la libertad es la invitación referida, la libertad es también su naturaleza. La elevación del hombre sobre los hombres es el uso de la libertad que humaniza, no la que animaliza.
La secuencia de imágenes que se presentan -en la segunda estrofa- muestran claros contrastes: el alce, que representa lo salvaje, con la tranquilidad del animal domesticado; el vencejo, que se muestra y que disfruta de la extensión del éter, con el desplazamiento subterráneo y oculto del topo. Luego, se aprecia el esfuerzo para la supervivencia, succionando de lo puerco y, también, de una extraña belleza, y la necesidad de protección. En ambos casos, se representa la necesidad de otros. Todo ello está allí, pero es el hombre quien tiene la capacidad de ver, analizar, proyectarse y decidir. Todos ellos responden a sus leyes, pero el hombre puede transgredir sus propias leyes. Algo pasa, el hombre existe. Reflexiona, se sorprende, se queda perplejo por su posición frente al mundo.
La libertad genera nuevas vivencias, nuevas experiencias; lo parametrado no te permite extenderte más allá de sus límites. Pero es extraño que la libertad sea motivo de preocupación; contrariamente, la dependencia, lo demarcado sea lo que permite liberarnos de responsabilidades y nos brinde alivio. Sin embargo, se manifiesta el amor por la libertad. La misma angustia que uno siente, también, es el mismo pesar que otros padecen. Todos, pobres seres que luchan contra todo y contra nada, son dignos de lástima y de respeto. No hay discriminación para con ellos, cada uno en su estado combativo permanente, se defienden con sus propias cartas en el juego de la vida. Es la empatía lo que aflora.
Si el ave, en uso de sus alas, puede trasladarse de un sitio a otro, el hombre puede recorrer por los distintos polos, no en falsas dicotomías, no en múltiples facetas; sino en el ejercicio de su autonomía, cada instante uno mismo. Ser consciente de las acciones que se realiza y disfrutar las sensaciones que esas experiencias ofrecen, es no esperar dádivas del cielo. En la orfandad, se pierde la dependencia, se rompen los lazos con las divinidades. Solo queda avanzar con quien uno es, crear camino con la libertad, libertad que parece no consumirse.
Autor: Villanueva Amaya, Edwin.
Referencia informativa
Walt Whitman. “Canto a mí mismo”. Recuperado de: https://www.avempace.com/file_download/2936/Whitman-Canto+a+mí+mismo.pdf
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