Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. (Juan 12, 49)
Los rayos primerizos que se escapan del levante pintan de fuego la base de los nevados, en contraste con el gélido espectáculo que conservan sus cimas, y, dejando todavía una ligera noche sobre el prado, el celeste cielo se impone deleitando a la vista el mágico amanecer. La naturaleza se declara despierta con el canto de ave que se realiza desde lo alto de los árboles y con el jugueteo de las aguas que emergen del manantial...

Mis parpados han caído y no hay oscuridad, sino luz. ¿Qué puede ser esto, Rey de reyes, sino, la dulce paz que ofreces? Sí, señor, dame más de tu luz, de esta luz que me llena de paz, de esta luz que me calma los dolores de la vejez, de esta luz que es vida después de la vida.
Gracias, gracias, Dios de amor, por liberarme de esa cárcel de huesos y carne. ¡Gloria al que vive y reina en este cielo! ¡Dichoso soy pues me encuentro liberado y con tanta tranquilidad en este mundo! ¿Igual será la vista del cóndor cuando planea majestuoso por los andes? ¿Será también este sentimiento de soledad que experimenta ante tanto espacio? No lo creo, ellos no pueden ver a los entes que son parte del Divino como los veo ahora. Esos entes no pueden ser las personas que conocí en la tierra, o al menos no las reconocería por esa túnica blanca y esos rostros que irradian luz cual sol. Ustedes, ángeles con rostros resplandecientes, díganme dónde puedo encontrar a mis hermanos, necesito saber si con ellos he de morar en este recinto sagrado o soy yo el único que ha podido alcanzar tal honor. ¿Desean que los siga? Esta bien. Disculpen que no denote la alegría que merece tal momento, lo que pasa es que no me puedo imaginar una vida sin mis seres queridos. Los caminos que conducen a Dios son muy angostos y difíciles, pero si supiera la gente la recompensa que le espera al final, lo más probable es que acepte recorrerlos. Gracias, ser celestial, por este asiento tan cómodo que me ofreces. Oye, Ángel de rostro resplandeciente, háblame, por favor, deseo que puedas expresar palabras para poder no complicarme adivinando lo incógnito de tu lenguaje.
-Enrique fuiste llamado en la tierra y hasta aquí has llegado. Te hemos visto por los lugares de la tierra recorriéndolo y a la vez proclamando el nombre de Dios, direccionando todas tus acciones para que puedas ingresar a su reino. Te hemos estado esperando, pues tu llegada estuvo anunciada desde antes de tu partida terrenal. Fuiste en la tierra muy servicial y hemos visto que para cada acción que emprendías elevabas tu mirada a los cielos buscando descanso. Yo no tenía el permiso de poder dirigir palabra alguna delante tuyo porque era mi encargo el poder satisfacer tus deseos, sin embargo, puedo hablar para hacerte más fácil estar a tus servicios. Déjame decirte que ya están en camino aquellos que los que en vida fueron tus allegados y se encuentran aquí.
- ¡Bienaventurado los humildes porque ellos heredarán la Tierra! ¡La tierra donde se regocija el hombre al lado de las bestias más fieras! ¡La tierra donde habitan las riquezas más deseadas en la Tierra! Ángel, no tienes porqué preocuparte por mí, ya que por mis pies recorreré todo lo que tenga que recorrer, por mis manos cogeré todo lo que tenga que coger. Aunque pensándolo bien, si tienes una misión del todo sapiente, ¿Cómo es que debo rechazar tu servicio si desde antes ya se sabia que iba yo a rechazarte? No pienso cuestionar más su decisión en vista de que ya todo ha estado planeado. Cuéntame, Ángel, todo lo que tenga que saber de este lugar.
-Este es el lugar hacia donde tu mirada se dirigía cuando realizabas tus acciones. Desde la inmensidad de tu derecha hasta la inmensidad de tu izquierda, se extiende el celeste tono cielo. Al frente se encuentran las nubes que servirán de telón para que aparezcan tus conocidos. En el sillón dorado destellante adornado con incrustaciones de diamantes y zafiros, en el que te encuentras, está el reposo eterno que siempre esperaste luego de la muerte. No te preocupes más, ha llegado la hora de disfrutar del propósito de tus acciones: el confort...
-Espera, Ángel. Si soy merecedor de este premio por el servicio que he efectuado durante la vida terrenal, ¿cómo se supone que lo disfrute sentado y en un recinto adornado con la monotonía visual del cielo rodeándome? Necesito andar por este mundo recolectando paisajes nuevos, nuevas fragancias, nuevos sabores: nuevas experiencias. Ángel, además, percibo en el tono de tu voz características que me son muy familiares; sin embargo, no puedo estar completamente seguro, si tu rostro me es una incógnita por el resplandor de luz que emite.
-Tus acciones y deseos están determinadas. Hay preguntas por las que nunca te preocupaste por sus respuestas, no deberías buscarlas aquí y ahora, porque las explicaciones no cambiarán nada. Mira, ya llegaron tus conocidos. ¡Vaya, si que son muchos!
-Es verdad, aunque aún no distingo muy bien quienes son. Respuestas y respuestas que antes, en mis tiempos de ignorancia, pedía hoy son contestadas. Al ver a tantos, mi corazón siente gratitud por este resultado. Sabes, Ángel, estoy a la entera disposición de lo que haya mandado Dios y no creo que pueda seguir cuestionando su disposiciones. He de aceptar las bondades que hoy me ofrece ahora y para siempre.
-Disfruta lo que...
-Ángel, veo a aquellos que vienen y, por la cercanía, ahora los distingo mejor. Pero, ¿quiénes son ellos? Aquellos que diviso son personas que, efectivamente, reconozco y recuerdo más por las faltas que les reproché. Uno de ellos tuvo en sus manos la semilla dorada de la muerte que luego de un estruendoso sonido lo atravesó a otro por la cabeza en un arranque de ira. Otro, cuyos labios, lengua y garganta eran manipulados por la ceguedad radical que brinda la ciencia e increpaban al Dios de los cielos. Y veo a otros, todos ellos condenados al infierno por ir en contra de las escrituras. Aquella mujer que pedía a voces la libertad de uso de su sexualidad y poder lucrar con esa. Oh, Ángel, de pronto tengo mucho miedo. ¿Acaso, en la infinita bondad de Dios, ellos fueron perdonados al haber entregado su vida en sus últimos minutos y humillándose ante la divina presencia? Oh, tú, Conciencia parte de la santísima trinidad, dime ¿qué es lo que está pasando que no veo a aquellos que con honor han sido reconocidos por sus acciones en la tierra? Dime, por favor, ¿qué clase de Paraíso es este?
-Ha terminado mi labor para contigo y puedo hacer ya la confesión: Soy aquel que condenaste públicamente al castigo eterno en el juicio que me hiciste conforme a tu interpretación del libro sagrado, creyéndote dios. Mira, buen hombre, mira a tu alrededor y dime si se parece a algún paisaje descrito en la palabra de Dios, mira el asiento al cual has sido condenado y dime si te puedes levantar, mira ahora a estos ojos endemoniados que se te revelan y dime, ¿Quién te dijo que estás en el paraíso?
Autor: Edwin Villanueva Amaya
Autor: Edwin Villanueva Amaya