domingo, 3 de marzo de 2019

Donatto

El destino forzoso ha conducido al pobre Donatto al rincón de la mente que duplica al ser, esa falsa duplicidad existencial que solo es consecuencia del dolor más profundo que se puede sufrir. La decepción que vacía el alma surgida del desengaño de la divinización de los sentimientos e ideas consideradas puras depositadas en seres, seres que ahora le son recuerdos indelebles y melancólicos. Camina por las calles conversando con su locura. Encontrando en él mismo sabia y tormentosa compañía, el cuerpo le sabe a estorbo por pedirle descanso y comida. Pero, ¡Quién lo viera cuando cachorro!
La pomposidad de su pelaje le es un recuerdo que a dejado en la calle Los gorriones, donde vivía. Los dioses lo observan con curiosidad por tener el don de la memoria eidética, pero él lo maldice porque cada imagen le es una cruel remembranza de los días coloridos. Su paso por el asfalto bien lo quisiera recorrer cual fantasma, pero su piel y su aspecto dibuja exclamación en los rostros. El lenguaje proxémico de los otros nunca llega al contacto ni para una patada, simplemente la evasión le abre paso. Si hay una conexión de la salud de la mente con la salud del cuerpo, podemos decir que en Donatto se manifiesta afirmativamente tal suposición, pues la lozanía de sus años mozos se ha traducido, por los pensamientos que ahora lo gobierna, en una sarna que no puede ser esquivo a la percepción de nadie.
Donatto, pobre Donatto, hasta su nombre revela el infortunio de su vida. Había iniciado su destino al pie de una puerta y dentro de un recinto acartonado. Dicen que la vida que recien florece siempre trae su alimento bajo suyo y, efectivamente, Donatto latigaba de alegría su cola entre croquetas dispersas dentro de la caja. "¡Uy, qué bonito!", dijo la esposa mientras que el marido observaba a los lados tratando de averiguar quién lo había abandonado. "Es tan tierno, hay que quedárnoslo", le pedía la esposa y ante la insistencia el marido advirtió "Pero tú con tu estado y yo con el trabajo... no nos podemos hacer cargo de él". Pero una sonrisa y un beso despejó toda duda en el esposo. "¿Y cómo lo llamaremos?", preguntó la esposa, a lo que su pareja respondió "¿y si lo llamamos Vinosolo?", y se echó a reír. "¡Malo!", exclamó la mujer, aunque le pareció divertido. Se quedaron un rato pensando los dos. "Ya sé, lo llamaremos Donatto, así recordaremos esta anécdota", propuso el hombre y de pronto se oyó un intento de ladrido y añadió "¿ves?, le gusta". A la esposa le pareció muy gracioso el nombre y también la gracia con que pareció responder el perro. "Esta bien, lo llamaremos Donatto", dijo la esposa mientras elevaba al perro con sus mano y Donatto le lamía la nariz con alegría. Le dieron los mejores cuidados que cualquier persona en sus posibilidad pueden ofrecer un familiar. Muchos confunden la alegría con la felicidad y de esto no era ajeno Donatto. Él se encontraba en una alegría tan grande que sus días los catalogó como las más felices, calificación engañosa que luego sería motivo de sus más ondas penas.
Con el paso del tiempo, la gracia que guardan las nuevas formas se mezclan con los viejos objetos, y si son estorbo, se convierten en carga que pocas personas están dispuestas a soportar, porque también el tiempo disuelven los significados. Donatto creció y con él sus travesuras. El esposo en el trabajo y la esposa con la beba y con el alboroto que ocasionaba el perro; no pudieron con tanta responsabilidad. El salto alegre con el que antes recibía a su dueño, ahora le era motivo de gritos. "¡Ya está grande, que se vaya a fuera, que cuide la casa!", dijo el esposo y la esposa que no quería más llantos y ladridos combinados, resolvió mandar a Donatto a dormir en el tapiz de la puerta principal, y así de a poco la frecuencia con la que se le alimentaba fue extendiéndose hasta el olvido.
Criado para el mundo doméstico, ahora pertenece a un mundo donde todo le es ajeno. Con toda la necesidad de amor, de protección, de alimentación, ¿qué culpa puede tener ese inconsciente de una mano desconocida que sangra? Pero tenía que pagarlo él. Los seres racionales que una vez le dieron hogar son los que lo abandonan a su suerte lejos en una calle oscura y lejana. Un beso, con un beso lo dejaron a su suerte y vivo. ¡Vivo! Corre y ladra tras los faroles del carro que se diluye a la distancia. El cielo entiende de tristezas y tontamente llora por él para mojarlo. El pasado se le ha ido y él olfatea aferrándose a los últimos rastros de recuerdos esparcidos. Mira de un lado a otro y al hallarse solo eleva un aullido que quiebra su garganta. Quizá fue la lluvia o quizá fueron sus lagrimas los que lavaron de sus rostro aquel beso traicionero de la despedida. Pero fueron muchos besos los depositados en el corazón para borrarlos en una noche. La profunda pena, por desconfianza, lo obliga a pensar y contrariarse en cualquier circunstancia en que se encuentre; pocos son así. Los días le son los mismos, las calles les son las mismas, cualquier lugar da igual. Para sentir como sentía Donatto, para recordar como recordaba Donatto, es necesaria una multiplicidad en un solo ser; y para salir de esa multiplicidad, es preferible enajenarse de sí. Pretende dureza en su mirar, indiferencia en sus acciones, desnudarse de su alma. Piensa que le es imposible volver a ser como antes, porque antes llega la muerte; pero muere porque es como antes, porque siente como siempre.

Autor:Edwin Villanueva Amaya