jueves, 2 de julio de 2020

Pintura

Sabe, oficial, yo soy un pintor. Yo suelo pensar en muchas cosas, muy bonitas por cierto. Claro que no todo lo que hago puede catalogarse siempre como bonito. Yo puedo ver la impresión que causa mis cuadros en sus rostros. Sería buena idea que lo pintara allí mirándolo, podría hacer hablar muchas cosas a sus cejas elevadas, en serio. 

Pinto muchas cosas: paisajes, bodegones, retratos: lo que sea. Por ejemplo, tengo un trabajo que lo hice en un cuarto de... no recuerdo su nombre, pero es mi favorito. Hay una plataforma en el cual se encontraba dos racimos de uvas borgoña, una de ellas reposaba sobre la superficie, pero la otra se elevaba queriendo ingresar a una fuente que se encontraba al lado. Las que quedaban fuera de esta, mostraban la piel lozana, sin daños del tiempo sobre ellas: frescas y seductores al paladar. Las puntas de sus últimos frutos escapaban de la plataforma y colgaban seguras de no caer. Pero, las que reposaban parcialmente sobre la fuente, esas se mostraban decrépitas. A pesar de ser parte de misma rama, eran tan contrarias. De entre el arrugado cuerpo que los frutos tenían y las ramas retorcidas como manos monstruosas que a poca fuerza aún soportaban las uvas, parecía posible salir de ellas una pantera, león o una loba para atacar a cualquier viajero perdido en su selva oscura. La fuente guarda, generosamente, en sus esquinas y filos, la mísera luz que ingresa por la ventana. Ella contiene una ruma de frutos que en su diversidad muestra una mística pictórica a la que, como pintor que me considero, no me pude resistir. La uva, que ingresa su agonía al recipiente, toca la vitalidad de las manzanas. Las pieles pulidas de estas reciben la luz blanca, pero el rojo carmesí permanece en el centro de toda la composición, cual punto esencial de todo ello. Si tienen elevación estas manzanas, es gracias a las peras que les sirve de base y dota de verdor al espectáculo de dicha plataforma. Al lado de la fuente se encuentra una agridulce mandarina, de cuyo sabor sé porque la he partido yo por la mitad. Mis dedos artísticos se le han introducido, prolongando de a poco la grieta de su primera capa, que se abre esquivando sus jugosos poros. Solo la mitad me fue suficiente deleite, la dejé sobre el mantel blanco de dicha plataforma. A medio cuerpo la dejé junto a la fuente, a medio de lo que fue. Una jarra transparente se muestra detrás de las uvas, con el agua de vida a la medida justa de su capacidad. Se puede observar su pureza, pues, de no ser por la línea que marca su superficie, bien se diría que estuviera vacía dicha jarra. Solo esa línea es prueba frágil de su existencia. Y esos son los humildes elementos del cuadro que conservo. Cuando otros la vieron, quedaron impresionados. No niego la influencia de Goya en ese cuadro. Me gustaría que pudiera verlo en esta entrevista.

Tenga por seguro que no estoy aquí para pintar algo así, pero hago ello. En todo caso, manejo muy bien el espacio, por si gustan un paisaje de este lugar. Disculpe, pero no es una promoción de mis trabajos, sé que le gustaría ver un cuadro en específico. No es que yo quiera presumir o cansarlo, pero hablarle de mi pintura a la que titulé Domingo. No sabría decir si es una escena costumbrista del siglo XIX, en todo caso, a mí me lo parece. Para este cuadro opté por una composición triangular. Hay una cama en el centro justo del espacio, ya sabe, desordenada, en donde reposa escandalosamente una mujer, a la que le llega la luz de la tarde que ingresa por la ventana. Ella duerme en domingo junto a sus niños. ¿Saben por qué la titulé domingo? Porque esa madre reposa un poco sobre los brazos de sus dos hijos y dejó a su adolescente hija dormir sobre las maderas de su piso. En su cansancio, en su ego, duerme de ese modo. No podría ser otro día que domingo. Pero no es la única que descansa de manera tan despreocupada. Al extremo opuesto donde duerme la hija, hay un anciano que reposa a medio acostar sobre la cama y su otra mitad sobre una silla que se encuentra, obviamente, junto a la cama. Uno de sus brazos extendidos toca una de las manos de la mujer. A los pies del viejo reposa un hombre, joven en apariencia. Este opta por dormir en una posición dolosa para estar en el suelo. Acostado de lado, retorcido como una serpiente, del bolsillo su camisa, se caen monedas de plata. Por sobre el anciano, cuelga de la pared una imagen pequeña: Cristo crucificado de Velásquez. Es domingo y todos descansan, ya nada importa. 

-¿Por qué me cuenta esto?- Preguntó el comisario.

-No me ha entendido nada.