-Me recomendaron el Alquimista.
-Yo te puedo prestar un libro. ¿Lo leerás?
-Claro -Respondí.
Él sacó un libro de su mochila. Era un librito algo gordo que se veía muy usado, pero a la vez bien conservado.
-Toma -Me dio el libro. Era el autor prohibido del colegio. Recordé que mi tutor hizo un comentario de ese autor: "Nietzsche ha muerto. Atentamente, Dios"- Cuando lo termines de leer me lo devuelves.
-No te preocupes. -Hice un ademán de agradecimiento.
-Voy a estar abajo apoyando a los muchachos. Nos vemos.
-Ah, ya. Cuídate, compañero.
Se fue corriendo con mucha prisa y yo me quedé sentado en la carpeta con el libro en la mano. Leí el título: "Humano, demasiado humano". No tenía ganas de leer, de hecho, no tenía ganas ni de respirar. Ella se había ido de nuevo y esta vez era para siempre. No la volvería a ver, no la volvería a escuchar. Nos sentamos en la banqueta del bulevar de Ventanilla. Estaba hermosa. Su vestido negro con detalles dorados, el farol, el cielo: todo era perfecto. Me hablaba y reía con la confianza de antes. Podía escucharla toda la noche. Su voz divertida camuflaba todo su sufrimiento. Fueron cinco años muy duros para ambos. Quebraba y volvía a reír. Me cedía la palabra luego de sus anécdotas más duras, pero yo no era el mismo de antes, la soledad del trabajo me había vuelto una persona huraña, silenciosa y ligeramente apática. No sabía qué decirle, no sabía qué contar. Reprodujo desde su móvil la canción "The Scientist" de Coldplay y se acercó a mí.

Esa mañana, rompí todos los cuentos, poemas e historias que había realizado en su nombre. Me había destrozado el alma y yo ya no deseaba sentirla más como parte de mí. Me odié y me dieron ganas de odiarla, pero no debía hacerlo. Ella fue el motivo de muchas cosas que yo había emprendido, inclusive el mismo hecho de ingresar a la universidad. Bajaba por la escalera izquierda del pabellón A y sentí que alguien me golpeó el hombro haciendo caer el libro que me prestaron. No le di importancia, ni siquiera vislumbré su presencia porque supuse que tenía prisa por subir. Recogí el libro y vi la portada. "Nietzsche criticó a Dios, debe ser un hombre malo", pensé. Pero como ese pensamiento se acomodó a mi sentimiento de rebeldía y auto-odio, lo abrí sin importar hallar cualquier tipo de injuria contra Dios que me condene. A lo que podía pensar de ese autor, entre sus hojas, la palabra amor fue un imán para mi pupila. "Las mujeres llegan a ser, por medio del amor, lo que son en la mente del hombre que las ama". Me dejó congelado. ¿Era verdad lo que decía? ¿Quién era ella, con la que estuve la noche anterior? Mi mente no estuvo con ella, analizaba todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Escondí mi rostro junto a la de ella porque quería estar con ella, pero empecé a pensar en los momentos alegres de mi adolescencia a su lado. Ella apoyó su frente con la mía y volvieron a juntarse nuestros rostros hasta casi respiramos el uno del otro. Rocé lentamente con mi mano su rostro y ella acerco sus labios a los míos. Mi cuerpo tembló como cuando antes se me abalanzaba su presencia. No soporté tenerla ahí y no poder sentirla. La besé. La besé con la misma paciencia con la que esperé todos esos años. Ella me abrazó el cuello y mis manos asentaron bajo su cabellera. Luego la besé con tanta pasión que mis labios le faltaban el respeto. Nuestros delfines se cortejaban en esa locura y no había infantes para censurar aquel espectáculo. ¿Tenía a mi amor nuevamente en mi vida? Caminamos de brazo hasta el paradero. Era muy tarde. La embarqué en el autobús y me fui a mi casa. De madrugada escribí esos momentos en cuento y en poemas. No podía creerlo.
Continué bajando las escaleras sin perder la página del libro. Ya en el primer piso saqué mi celular y leí nuevamente su mensaje: "Yo no te amo. Hemos pasado toda la noche recordando lo que fuimos y lo que hicimos en todos estos años. Esto lo puedes hacer con cualquier persona que te cae bien. ¿Qué diferencia a un amigo y a un enamorado? Ayer nos besamos aun sabiendo que yo tenía pareja. Quizá, son las acciones exclusivas las que nos categorizan. El amor no puede reducirse a un intercambio de poder, pero no verlo así es un ideal. El concepto de amor que manejamos alguna vez es un ideal, por eso te digo que yo no te amo. Ha pasado tanto tiempo entre los dos que se siente claramente que no somos los que éramos. Este es ahora mi modo de pensar y sé cómo aún piensas tú. Soy mala y me he vuelto manipuladora; no quiero hacerte daño. No puedo dejar de tener por ti este sentimiento, pero sé que solo es el pasado. No deberíamos vernos más. Cuídate. No soy buena para las despedidas, así que adiós".
No quise llorar. Mi problema no era de los otros y mis lágrimas no tenían porque comunicárselos, pero me sentí tan solo ante tanta gente. Los estudiantes en la plazuela se movían de un lado hacia otro, todos ellos con tanto grito, con tanto alboroto. Cabizbajo, di unos pasos y hallé nuevamente en mis manos el libro. Recordé el aforismo y me pregunté qué tanto significado amoroso le he dado a ella. ¿Amaba a quien estuvo la noche anterior conmigo o amaba el significado que había depositado en ella? ¿Amaba a ella por ella o la amaba por los gustos y deseos que deposité en ella? De todos modos, amaba y, aunque sentí odiarla, no quise hacerlo. Amaba y si deseaba irse, bajo qué derecho iba yo a intentar retenerla. Con qué poder iba yo a decirle que no lo haga si ella, en el fondo, no creía que el amor era un intercambio de poder. Soy yo el que tiene el sentimiento, no ella, y no puedo condicionar su presencia, mucho menos sus sentimientos. Decidí dejarla ir. Yo no podía poseerla, me gustaba que sea libre, es mi concepto de amor. Le escribí un mensaje en el cual le aclaraba que después de expresarle que la amaba, ya no podía decirle más cosas porque la palabra amor era totalizadora de buenos sentimientos y deseos. Agradecí, también, su momentos de vida a mi lado. No aguantaba la frialdad con la que deseaba pasar esa circunstancia, era el adiós. Mis ojos vieron, entre todo ese salvajismo, a mi compañero. Toda la revuelta era tan humana: el terror en los rostros, la ira en las miradas, insultos, golpes del uno contra el otro. Nadie se veía igual que su prójimo. No tenía por qué seguir idealizando nada más, la vida no era así. Pero estaba en una lucha interna, yo era una mezcla de sentimientos e ideas. Quise cambiar el dolor inexplicable que vaciaba mi pecho por el dolor físico, salir de esa contrariedad en el que me encontraba: el dejarla ir y no dejarla. Quise borrar el mensaje, quise decirle que se quedara conmigo y que pase lo que pase la seguiría amando; de pronto, cayó del segundo piso una carpeta muy cerca de mí e hizo que despertara de esos pensamientos. Se detuvo mi respiración. Me invadió un silencio profundo. Todo ello lo veía con nuevos ojos, como si las lágrimas hubieran revelado una nueva realidad. No parecía, era el fin de mi mundo. Ceñí mis cejas y mis ojos se perdieron en la dimensión de mis pensamientos. Me molesté conmigo mismo y con todo el pasado que me volvió idealista. Miré mi móvil y con decisión envié el mensaje. Era hora de poner los pies sobre la tierra. Hubo una explosión muy fuerte que asustó a todos los estudiantes, era una bombarda. Levanté mi mirada y localicé a mi compañero nuevamente. Guardé el libro que tenía en la mano y me uní a la lucha. Había empezado la toma de la Universidad Nacional Federico Villarreal.
Autor: Edwin Villanueva Amaya
Autor: Edwin Villanueva Amaya