sábado, 13 de abril de 2019

El fin de mi mundo

-Me recomendaron el Alquimista.
-Yo te puedo prestar un libro. ¿Lo leerás?
-Claro -Respondí.
Él sacó un libro de su mochila. Era un librito algo gordo que se veía muy usado, pero a la vez bien conservado.
-Toma -Me dio el libro. Era el autor prohibido del colegio. Recordé que mi tutor hizo un comentario de ese autor: "Nietzsche ha muerto. Atentamente, Dios"- Cuando lo termines de leer me lo devuelves.
-No te preocupes. -Hice un ademán de agradecimiento.
-Voy a estar abajo apoyando a los muchachos. Nos vemos.
-Ah, ya. Cuídate, compañero.
Se fue corriendo con mucha prisa y yo me quedé sentado en la carpeta con el libro en la mano. Leí el título: "Humano, demasiado humano". No tenía ganas de leer, de hecho, no tenía ganas ni de respirar. Ella se había ido de nuevo y esta vez era para siempre. No la volvería a ver, no la volvería a escuchar. Nos sentamos en la banqueta del bulevar de Ventanilla. Estaba hermosa. Su vestido negro con detalles dorados, el farol, el cielo: todo era perfecto. Me hablaba y reía con la confianza de antes. Podía escucharla toda la noche. Su voz divertida camuflaba todo su sufrimiento. Fueron cinco años muy duros para ambos. Quebraba y volvía a reír. Me cedía la palabra luego de sus anécdotas más duras, pero yo no era el mismo de antes, la soledad del trabajo me había vuelto una persona huraña, silenciosa y ligeramente apática. No sabía qué decirle, no sabía qué contar. Reprodujo desde su móvil la canción "The Scientist" de Coldplay y se acercó a mí.
Asistí temprano a la universidad sin ningún propósito, solo por la inercia de la monotonía, y como todo indicaba que no habría clases, emprendí mi marcha hacia la salida. No tenía ganas de conversar con nadie. Caminaba y solo sentía el latir de mi corazón. La gente se asomaba desde los balcones gritando como espectadores del Circo Romano. No me interesó nada de eso, yo seguí mi camino. A inicios de ese año, me arrodillé ante Dios y le pedí que me diera la oportunidad de volver a encontrarme con ella, poder decirle lo que por cinco años le había callado, luego sería la despedida definitiva. Debí ser más ambicioso. Mientras cruzaba el pasillo, mi mente volvió a la noche anterior. Ella había acercado su mejilla a la mía y con un movimiento sutil buscó mis labios. No debía besarla. No debía besarla, pero tampoco podía luchar contra ese deseo. Toda ella me era prohibida. Aun así, elevé mi rostro, besé suavemente su frente y la abracé. Su cabeza reposaba sobre mi pecho y yo respiraba tras su mata de pelo. 
Esa mañana, rompí todos los cuentos, poemas e historias que había realizado en su nombre. Me había destrozado el alma y yo ya no deseaba sentirla más como parte de mí. Me odié y me dieron ganas de odiarla, pero no debía hacerlo. Ella fue el motivo de muchas cosas que yo había emprendido, inclusive el mismo hecho de ingresar a la universidad. Bajaba por la escalera izquierda del pabellón A y sentí que alguien me golpeó el hombro haciendo caer el libro que me prestaron. No le di importancia, ni siquiera vislumbré su presencia porque supuse que tenía prisa por subir. Recogí el libro y vi la portada. "Nietzsche criticó a Dios, debe ser un hombre malo", pensé. Pero como ese pensamiento se acomodó a mi sentimiento de rebeldía y auto-odio, lo abrí sin importar hallar cualquier tipo de injuria contra Dios que me condene. A lo que podía pensar de ese autor, entre sus hojas, la palabra amor fue un imán para mi pupila. "Las mujeres llegan a ser, por medio del amor, lo que son en la mente del hombre que las ama". Me dejó congelado. ¿Era verdad lo que decía? ¿Quién era ella, con la que estuve la noche anterior? Mi mente no estuvo con ella, analizaba todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Escondí mi rostro junto a la de ella porque quería estar con ella, pero empecé a pensar en los momentos alegres de mi adolescencia a su lado. Ella apoyó su frente con la mía y volvieron a juntarse nuestros rostros hasta casi respiramos el uno del otro. Rocé lentamente con mi mano su rostro y ella acerco sus labios a los míos. Mi cuerpo tembló como cuando antes se me abalanzaba su presencia. No soporté tenerla ahí y no poder sentirla. La besé. La besé con la misma paciencia con la que esperé todos esos años. Ella me abrazó el cuello y mis manos asentaron bajo su cabellera. Luego la besé con tanta pasión que mis labios le faltaban el respeto. Nuestros delfines se cortejaban en esa locura y no había infantes para censurar aquel espectáculo. ¿Tenía a mi amor nuevamente en mi vida? Caminamos de brazo hasta el paradero. Era muy tarde. La embarqué en el autobús y me fui a mi casa. De madrugada escribí esos momentos en cuento y en poemas. No podía creerlo.
Continué bajando las escaleras sin perder la página del libro. Ya en el primer piso saqué mi celular y leí nuevamente su mensaje: "Yo no te amo. Hemos pasado toda la noche recordando lo que fuimos y lo que hicimos en todos estos años. Esto lo puedes hacer con cualquier persona que te cae bien. ¿Qué diferencia a un amigo y a un enamorado? Ayer nos besamos aun sabiendo que yo tenía pareja. Quizá, son las acciones exclusivas las que nos categorizan. El amor no puede reducirse a un intercambio de poder, pero no verlo así es un ideal. El concepto de amor que manejamos alguna vez es un ideal, por eso te digo que yo no te amo. Ha pasado tanto tiempo entre los dos que se siente claramente que no somos los que éramos. Este es ahora mi modo de pensar y sé cómo aún piensas tú. Soy mala y me he vuelto manipuladora; no quiero hacerte daño. No puedo dejar de tener por ti este sentimiento, pero sé que solo es el pasado. No deberíamos vernos más. Cuídate. No soy buena para las despedidas, así que adiós".
No quise llorar. Mi problema no era de los otros y mis lágrimas no tenían porque comunicárselos, pero me sentí tan solo ante tanta gente. Los estudiantes en la plazuela se movían de un lado hacia otro, todos ellos con tanto grito, con tanto alboroto. Cabizbajo, di unos pasos y hallé nuevamente en mis manos el libro. Recordé el aforismo y me pregunté qué tanto significado amoroso le he dado a ella. ¿Amaba a quien estuvo la noche anterior conmigo o amaba el significado que había depositado en ella? ¿Amaba a ella por ella o la amaba por los gustos y deseos que deposité en ella? De todos modos, amaba y, aunque sentí odiarla, no quise hacerlo. Amaba y si deseaba irse, bajo qué derecho iba yo a intentar retenerla. Con qué poder iba yo a decirle que no lo haga si ella, en el fondo, no creía que el amor era un intercambio de poder. Soy yo el que tiene el sentimiento, no ella, y no puedo condicionar su presencia, mucho menos sus sentimientos. Decidí dejarla ir. Yo no podía poseerla, me gustaba que sea libre, es mi concepto de amor. Le escribí un mensaje en el cual le aclaraba que después de expresarle que la amaba, ya no podía decirle más cosas porque la palabra amor era totalizadora de buenos sentimientos y deseos. Agradecí, también, su momentos de vida a mi lado. No aguantaba la frialdad con la que deseaba pasar esa circunstancia, era el adiós. Mis ojos vieron, entre todo ese salvajismo, a mi compañero. Toda la revuelta era tan humana: el terror en los rostros, la ira en las miradas, insultos, golpes del uno contra el otro. Nadie se veía igual que su prójimo. No tenía por qué seguir idealizando nada más, la vida no era así. Pero estaba en una lucha interna, yo era una mezcla de sentimientos e ideas. Quise cambiar el dolor inexplicable que vaciaba mi pecho por el dolor físico, salir de esa contrariedad en el que me encontraba: el dejarla ir y no dejarla. Quise borrar el mensaje, quise decirle que se quedara conmigo y que pase lo que pase la seguiría amando; de pronto, cayó del segundo piso una carpeta muy cerca de mí e hizo que despertara de esos pensamientos. Se detuvo mi respiración. Me invadió un silencio profundo. Todo ello lo veía con nuevos ojos, como si las lágrimas hubieran revelado una nueva realidad. No parecía, era el fin de mi mundo. Ceñí mis cejas y mis ojos se perdieron en la dimensión de mis pensamientos. Me molesté conmigo mismo y con todo el pasado que me volvió idealista. Miré mi móvil y con decisión envié el mensaje. Era hora de poner los pies sobre la tierra. Hubo una explosión muy fuerte que asustó a todos los estudiantes, era una bombarda. Levanté mi mirada y localicé a mi compañero nuevamente. Guardé el libro que tenía en la mano y me uní a la lucha. Había empezado la toma de la Universidad Nacional Federico Villarreal.

Autor: Edwin Villanueva Amaya

viernes, 5 de abril de 2019

Parábola del buen samaritano (reflexión)

Por tiempo de Cuaresma se me ha pedido una reflexión que abarque este periodo con una conexión con la parábola del buen samaritano. Bien, hay que aclarar que yo no tengo una postura categórica ni firme sobre la descripción bíblica de su Dios, pero ello no quiere decir que no pueda simpatizar con alguna ideas religiosas que considero importantes como enseñanza de vida. Es más, por momentos me siento parte de la comunidad católica, ya se notará en mi redacción. Dicha esta aclaración, inicio con lo encomendado.

La Cuaresma está compuesta por cuarenta días, que inicia el Miércoles de ceniza y termina el Domingo de ramos, en la cual los católicos preparan su cuerpo, su mente y su alma realizando penitencia, oración y obras de caridad para con el prójimo, pues se conmemora el sufrimiento y sacrificio de Jesús y su posterior celebración de su resurrección. En esta festividad católica, es común escuchar las tentaciones con las que tuvo que luchar Jesús antes del inicio de su predica por distintos lugares; y es dable tal conexión, ya que, Jesús, cuenta la biblia (Mateo 4. 1-11; Marcos 1. 12-13; Lucas 4), que luego de su bautizo inició su camino por el desierto llevado por el Espíritu por cuarenta días como tiempo de preparación para iniciar su ministerio, el encargo de su padre. Entonces, de algún modo, aquí se refleja el quehacer del cristiano en este tiempo de cuaresma, reflexionar sobre la actitud del cristiano y el sacrifico de Jesús por nuestros pecados.
Ahora, el vínculo de este tiempo con el encargo que se ha pedido es este: "no ser creyentes pasivos, ver y juzgar el accionar de los demás; sino, ejercer actitudes ejemplares, basadas en el amor y la caridad, para con los otros". Demostremos que la palabra de Dios vive porque se manifiesta en las relaciones de bondad que tenemos con el prójimo. Vivamos, pues, la parábola del buen samaritano descritas en la biblia (Lucas 10. 25-37). Pero, ¿de qué se trata esa parábola? Veamos.

Análisis de la parábola

Narra las escrituras que un interprete de la ley, un estudioso de la palabra de Dios del antiguo testamento, se le acercó a Jesús y, a modo de prueba, le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna, a lo que Jesús replica con una pregunta: "¿qué está escrito en la ley?". El intérprete responde: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente (Dt. 5. 6); y a tu prójimo como a ti mismo (Lv. 19. 18)". Lo que responde es la máxima ley de los mandamientos dados por Dios y la primera de los católicos. Jesús aprueba la respuesta y manda a practicarlo. Con intención de justificarse, que da a entender que no lo hace por ignorancia, le pregunta: "Y quién es mi prójimo?". Para responder, Cristo inicia la parábola.

"Un hombre bajó de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar; y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gaste de más, yo te lo pagaré cuando regrese"(Lucas 10. 30-35). 

Lo primero que salta a la vista es que el hombre agredido es el único personaje de la parábola que no se sabe más allá de que es un hombre; los otros personajes se encuentran dotados de un adjetivo o una cualidad. No se brinda un calificativo y esto es importante. El que se muestre al hombre como tal y que no se encuentre caracterizado elimina la posibilidad de que se pueda explicar con justificación las acciones de los otros transeúntes. Supongamos que en esta parábola se mencione un gentilicio, poniendo un ejemplo de actualidad, palestino y el que cruce era un sirio. Sabemos que existe una rivalidad entre ellos y, con esto, una razón para no ayudar; así, de algún modo, se justifica la omisión de ayuda. En otras palabras, da igual el color de la piel, la nación a la cual pertenezca, etc., la ayuda debe ser sin discriminación. Esta es la primera enseñanza: tratar al hombre por el hombre, a la persona por persona, independientemente de quién se trate. 

Es interesante que Jesús relate el hecho desafortunado de una persona: él es ubicuo tal cual su papel de narrador de la parábola. Cristo ve el sufrimiento, las maldades que se generan entre humanos y solo contempla. Podemos entenderlo desde la crítica de su omnipotencia y ubicuidad, como lo hace Epicuro (Este filósofo realiza un razonamiento en el que cuestiona a dios, en pocas palabras, por ser omnipotente y no hacer nada contra la maldad que daña al hombre). Con lo explicado ya por Tomás de Aquino sobre la omnipotencia, puede también responder a por qué no interviene en las desgracias del hombre. A saber, Dios puede y hace libre al hombre, por lo tanto, no hay posibilidad de que Él pueda intervenir en las acciones de ellos. Esto no le quita omnipotencia; Dios es todo poderoso y, a la vez, no lo puede todo: no hay contradicción en esto. De este modo, el Supremo da la vida con la libertad, pero esta se encuentra ligada a la responsabilidad, de manera que está en nosotros intervenir en la creación de un paraíso terrenal. Aquí nuevamente nos pide acción. Esta es una segunda enseñanza que se puede rescatar: Dios nos dio la vida y sobre todo, nos la dio con la libertad de acción y omisión.

Bien, la historia prosigue con la aparición y el desprecio que hace el sacerdote con el necesitado. En aquellos tiempos, un sacerdote era quien estudiaba la palabra de Dios y manejaba las escrituras del antiguo testamento. Es de suponer el carácter compasivo que debe mostrar aquel que tiene conocimiento de Dios; sin embargo, se muestra un violento contraste entre conocimiento que tiene esa persona y el proceder que manifiesta. También, de manera disimulada, Jesús le dice al intérprete de las leyes que sus conocimientos de Dios debe notarse en su obrar diario, que no solo la repetición constante de la voluntad de Dios es suficiente, sino que dicho saber debe complementarse con el amor al prójimo, en acciones. Esto se une con lo que aprueba Jesús: el amor a Dios y el amor al prójimo. Es un mensaje claro y conciso: el saber de memoria la voluntad de Dios no garantiza ser una buena persona, sino que Jesús nos pide manifestación.

Por último, y mencionando la enseñanza superficial, hay que darnos cuenta del maltrato y la indiferencia que existe en el mundo, pero, sobre todo,  hay que resaltar el imperativo del hombre para obrar bien con los demás. Personas que padecen en hospitales; presos, ya sea por justicia o sin ella, que desean otra oportunidad; ancianos que son olvidados o descuidados por su familia; niños que lloran de hambre o por afecto; etc., todos ellos esperan, quizá, por algo que nosotros podamos proveerle, más aún en estos tiempos donde el dolor eleva nuestras miradas y en los labios nacen oraciones buscando la manifestación de Dios.

Para aportar un poco más en esta petición de demostración de amor, en la Encíclica de Juan Pablo II,  Evangeluim Vitae, existe un llamado a la acción, a la preocupación por nuestros hermanos necesitados y a la no indiferencia ante ellos. En esta carta se cita el libro del génesis en la que Caín responde a la pregunta de Dios sobre Abel, después de que él asesinó a este: "No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?" (Gn. 4. 9) , y dice: "Esto hace pensar espontáneamente en la responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas son, entre otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad -es decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños- y la indiferencia que con frecuencia se observa en la relación entre los pueblos...".

Como síntesis de esta reflexión, digo que este periodo de Cuaresma lo vivamos practicando la caridad y la bondad con el prójimo para demostrar que la palabra y la voluntad de Dios viven en los corazones, para expresar que el sacrificio del mesías no fue en vano y, sobre todo, para celebrar la resurrección de Jesús, que es muestra de la vida después de esta vida y base fundamental de la fe cristiana.

Autor: Edwin Villanueva Amaya