Por tiempo de Cuaresma se me ha pedido una reflexión que abarque este periodo con una conexión con la parábola del buen samaritano. Bien, hay que aclarar que yo no tengo una postura categórica ni firme sobre la descripción bíblica de su Dios, pero ello no quiere decir que no pueda simpatizar con alguna ideas religiosas que considero importantes como enseñanza de vida. Es más, por momentos me siento parte de la comunidad católica, ya se notará en mi redacción. Dicha esta aclaración, inicio con lo encomendado.
La Cuaresma está compuesta por cuarenta días, que inicia el Miércoles de ceniza y termina el Domingo de ramos, en la cual los católicos preparan su cuerpo, su mente y su alma realizando penitencia, oración y obras de caridad para con el prójimo, pues se conmemora el sufrimiento y sacrificio de Jesús y su posterior celebración de su resurrección. En esta festividad católica, es común escuchar las tentaciones con las que tuvo que luchar Jesús antes del inicio de su predica por distintos lugares; y es dable tal conexión, ya que, Jesús, cuenta la biblia (Mateo 4. 1-11; Marcos 1. 12-13; Lucas 4), que luego de su bautizo inició su camino por el desierto llevado por el Espíritu por cuarenta días como tiempo de preparación para iniciar su ministerio, el encargo de su padre. Entonces, de algún modo, aquí se refleja el quehacer del cristiano en este tiempo de cuaresma, reflexionar sobre la actitud del cristiano y el sacrifico de Jesús por nuestros pecados.
Ahora, el vínculo de este tiempo con el encargo que se ha pedido es este: "no ser creyentes pasivos, ver y juzgar el accionar de los demás; sino, ejercer actitudes ejemplares, basadas en el amor y la caridad, para con los otros". Demostremos que la palabra de Dios vive porque se manifiesta en las relaciones de bondad que tenemos con el prójimo. Vivamos, pues, la parábola del buen samaritano descritas en la biblia (Lucas 10. 25-37). Pero, ¿de qué se trata esa parábola? Veamos.
Análisis de la parábola
Narra las escrituras que un interprete de la ley, un estudioso de la palabra de Dios del antiguo testamento, se le acercó a Jesús y, a modo de prueba, le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna, a lo que Jesús replica con una pregunta: "¿qué está escrito en la ley?". El intérprete responde: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente (Dt. 5. 6); y a tu prójimo como a ti mismo (Lv. 19. 18)". Lo que responde es la máxima ley de los mandamientos dados por Dios y la primera de los católicos. Jesús aprueba la respuesta y manda a practicarlo. Con intención de justificarse, que da a entender que no lo hace por ignorancia, le pregunta: "Y quién es mi prójimo?". Para responder, Cristo inicia la parábola.
"Un hombre bajó de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar; y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gaste de más, yo te lo pagaré cuando regrese"(Lucas 10. 30-35).
Lo primero que salta a la vista es que el hombre agredido es el único personaje de la parábola que no se sabe más allá de que es un hombre; los otros personajes se encuentran dotados de un adjetivo o una cualidad. No se brinda un calificativo y esto es importante. El que se muestre al hombre como tal y que no se encuentre caracterizado elimina la posibilidad de que se pueda explicar con justificación las acciones de los otros transeúntes. Supongamos que en esta parábola se mencione un gentilicio, poniendo un ejemplo de actualidad, palestino y el que cruce era un sirio. Sabemos que existe una rivalidad entre ellos y, con esto, una razón para no ayudar; así, de algún modo, se justifica la omisión de ayuda. En otras palabras, da igual el color de la piel, la nación a la cual pertenezca, etc., la ayuda debe ser sin discriminación. Esta es la primera enseñanza: tratar al hombre por el hombre, a la persona por persona, independientemente de quién se trate.
Es interesante que Jesús relate el hecho desafortunado de una persona: él es ubicuo tal cual su papel de narrador de la parábola. Cristo ve el sufrimiento, las maldades que se generan entre humanos y solo contempla. Podemos entenderlo desde la crítica de su omnipotencia y ubicuidad, como lo hace Epicuro (Este filósofo realiza un razonamiento en el que cuestiona a dios, en pocas palabras, por ser omnipotente y no hacer nada contra la maldad que daña al hombre). Con lo explicado ya por Tomás de Aquino sobre la omnipotencia, puede también responder a por qué no interviene en las desgracias del hombre. A saber, Dios puede y hace libre al hombre, por lo tanto, no hay posibilidad de que Él pueda intervenir en las acciones de ellos. Esto no le quita omnipotencia; Dios es todo poderoso y, a la vez, no lo puede todo: no hay contradicción en esto. De este modo, el Supremo da la vida con la libertad, pero esta se encuentra ligada a la responsabilidad, de manera que está en nosotros intervenir en la creación de un paraíso terrenal. Aquí nuevamente nos pide acción. Esta es una segunda enseñanza que se puede rescatar: Dios nos dio la vida y sobre todo, nos la dio con la libertad de acción y omisión.
Bien, la historia prosigue con la aparición y el desprecio que hace el sacerdote con el necesitado. En aquellos tiempos, un sacerdote era quien estudiaba la palabra de Dios y manejaba las escrituras del antiguo testamento. Es de suponer el carácter compasivo que debe mostrar aquel que tiene conocimiento de Dios; sin embargo, se muestra un violento contraste entre conocimiento que tiene esa persona y el proceder que manifiesta. También, de manera disimulada, Jesús le dice al intérprete de las leyes que sus conocimientos de Dios debe notarse en su obrar diario, que no solo la repetición constante de la voluntad de Dios es suficiente, sino que dicho saber debe complementarse con el amor al prójimo, en acciones. Esto se une con lo que aprueba Jesús: el amor a Dios y el amor al prójimo. Es un mensaje claro y conciso: el saber de memoria la voluntad de Dios no garantiza ser una buena persona, sino que Jesús nos pide manifestación.
Por último, y mencionando la enseñanza superficial, hay que darnos cuenta del maltrato y la indiferencia que existe en el mundo, pero, sobre todo, hay que resaltar el imperativo del hombre para obrar bien con los demás. Personas que padecen en hospitales; presos, ya sea por justicia o sin ella, que desean otra oportunidad; ancianos que son olvidados o descuidados por su familia; niños que lloran de hambre o por afecto; etc., todos ellos esperan, quizá, por algo que nosotros podamos proveerle, más aún en estos tiempos donde el dolor eleva nuestras miradas y en los labios nacen oraciones buscando la manifestación de Dios.
Para aportar un poco más en esta petición de demostración de amor, en la Encíclica de Juan Pablo II, Evangeluim Vitae, existe un llamado a la acción, a la preocupación por nuestros hermanos necesitados y a la no indiferencia ante ellos. En esta carta se cita el libro del génesis en la que Caín responde a la pregunta de Dios sobre Abel, después de que él asesinó a este: "No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?" (Gn. 4. 9) , y dice: "Esto hace pensar espontáneamente en la responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas son, entre otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad -es decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños- y la indiferencia que con frecuencia se observa en la relación entre los pueblos...".
Como síntesis de esta reflexión, digo que este periodo de Cuaresma lo vivamos practicando la caridad y la bondad con el prójimo para demostrar que la palabra y la voluntad de Dios viven en los corazones, para expresar que el sacrificio del mesías no fue en vano y, sobre todo, para celebrar la resurrección de Jesús, que es muestra de la vida después de esta vida y base fundamental de la fe cristiana.
Para aportar un poco más en esta petición de demostración de amor, en la Encíclica de Juan Pablo II, Evangeluim Vitae, existe un llamado a la acción, a la preocupación por nuestros hermanos necesitados y a la no indiferencia ante ellos. En esta carta se cita el libro del génesis en la que Caín responde a la pregunta de Dios sobre Abel, después de que él asesinó a este: "No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?" (Gn. 4. 9) , y dice: "Esto hace pensar espontáneamente en la responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas son, entre otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad -es decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños- y la indiferencia que con frecuencia se observa en la relación entre los pueblos...".
Como síntesis de esta reflexión, digo que este periodo de Cuaresma lo vivamos practicando la caridad y la bondad con el prójimo para demostrar que la palabra y la voluntad de Dios viven en los corazones, para expresar que el sacrificio del mesías no fue en vano y, sobre todo, para celebrar la resurrección de Jesús, que es muestra de la vida después de esta vida y base fundamental de la fe cristiana.
Autor: Edwin Villanueva Amaya
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